"Planes and trains and boats and buses characteristically evoke a common attitude of blue, unless you have a suitcase and a ticket and a passport and the cargo that they're carrying is you". (Tom Waits. Foreign Affair)

miércoles, 2 de mayo de 2012

Posibilidades de una isla



El viaje entre Penang y Langkawi no está a la altura de mis expectativas. Vuelvo al mar de Andamán y resulta inevitable recordar la travesía entre Phuket y Ko Lanta, vía Ko Phi Phi (Tailandia), del año pasado: tres horas en cubierta con el sol y el viento en la cara, gotas saladas que salpican los pies descalzos mientras navegamos entre gigantes de roca kárstica. En lugar de eso tengo que conformarme con viajar en la panza del ferry –está terminantemente prohibido salir al exterior–, expuesto a las inclemencias de un aire acondicionado feroz que me hace recuperar parte del invierno que me dejé en Europa. Los pasajeros musulmanes, mejor informados, sacan de su equipaje mantas de alta montaña y se acurrucan a su abrigo. Y la compañía se empeña en distraer mi atención del exterior emitiendo en el vídeo del barco el remake de una de las películas de mi adolescencia, Noche de miedo. Pero, claro, no está Roddy McDowall haciendo de Peter Vincent, el gran cazavampiros, ni tampoco el inquietante Chris Sarandon. En algún lugar de mi interior escucho una voz que exclama "o tempora, o mores!" y sufro un acceso de nostalgia que me acompañará hasta que lleguemos a la isla.


Y cuando por fin llegamos, en casi todos los rostros del pasaje se dibujan muecas de desencanto (y digo casi todos porque varias de las mujeres que tengo alrededor van vestidas de negro de pies a cabeza con el niqab, que tan sólo deja entrever sus ojos): llueve en Langkawi. Llueve con tal intensidad que la "Hawaii de Malasia", como la describe el taxista que me lleva a la guesthouse, nos recibe convertida en un charco tropical. Y la situación no cambia demasiado en el tiempo que paso en la isla. Todos los días llueve al menos tres veces, tormentas que duran entre treinta minutos y dos horas y que invitan a congeniar con el resto de huéspedes de Zackry Guesthouse, el sitio donde me alojo, al otro lado de la carretera que bordea la playa de Tengah: Sabrina, canadiense, vivió dos años en Argentina y habla español con un acento porteño tan improbable como perfecto. No llega a los treinta años y va camino de Australia para reencontrarse con su novio colombiano y buscarse allí la vida; Tom, inglés, auxiliar de vuelo de Fly Emirates, vive en Dubai y por las noches hace que nos partamos de risa con el infinito anecdotario al que da pie su trabajo en el avión; Debbie, escocesa adicta a la adrenalina, nos enseña sus fotos de buceo entre tiburones y trata de convencerme de que vaya a Borneo porque no hay nada como atravesar la jungla cubierto de sanguijuelas o respirar el denso aliento de la Tierra en una de las cuevas más grandes del mundo mientras te llueven excrementos de murciélago (le digo que iré para que se calle); Khalid, informático egipcio, acaba de descubrir el mundo mochilero y está francamente sorprendido de no echar de menos los hoteles caros. Langkawi es una isla duty free y las cervezas valen tres veces menos que en el resto del país, así que las conversaciones se animan hasta la madrugada sin que el largo brazo de Alá nos vacíe los bolsillos.












Cuando deja de llover cada uno se va por su lado a explorar la isla. Las carreteras son perfectas y no hay nada más placentero que alquilar una moto e ir en busca de cascadas y playas desiertas, conducir entre arrozales que gracias a la lluvia exhiben un verdor deslumbrante, casi radiactivo. Me doy un chapuzón de agua dulce en la cascada de Temurun mientras veo cómo los lugareños y algunos extranjeros se juegan la vida escalando las rocas y zambulléndose en la poza desde una altura de cinco o seis metros. Vuelve a llover en ese momento, pero sólo nos damos cuenta cuando al salir del agua encontramos nuestra ropa empapada. También bajo la lluvia supero casi sin aliento los seiscientos peldaños rodeados de jungla que conducen a los "seven wells" y me topo con una familia de monos disputándose una bolsa de patatas fritas. Por la tarde paro la moto frente a Cenang, la playa más grande, blanca y "turística" de la isla, llena de gente que sonríe porque está de vacaciones. Aquí es posible alquilar un jet-ski o abrocharse el arnés de un paracaídas para sobrevolar la costa arrastrado por una lancha. Esta última actividad parece ser muy del gusto de las mujeres que visten el niqab, lo que a mis ojos, sorprendidos en su ignorancia, supone un cierto cortocircuito cultural. De vuelta en la guesthouse comento el asunto del niqab con Sabrina y Tom. Y los tres estamos de acuerdo: si lo que la prenda pretende es ahorrar a los hombres el mal trago de la tentación carnal, el efecto que consigue es precisamente el contrario, porque pocas cosas habremos visto más eróticas. La brisa hace que la fina tela del vestido se abrace a las curvas, generalmente vertiginosas, de estas mujeres de ojos negros que, enmarcados, intensifican su misterio y atizan las ganas de desenvolverlas despacio, recreándose en cada centímetro de piel que deja de ser secreto. En fin, qué sabré yo.


A pesar de ser una "playa de veraneo", con sus tiendas de flotadores y sus locales para extranjeros, Cenang no es en absoluto desagradable. Todo lo contrario. Los hoteles y guesthouses se sitúan a una distancia respetuosa del mar y la poca música que es posible escuchar por las noches bajo las estrellas flota en el aire sin estridencias. Los restaurantes son en su mayor parte negocios familiares, casas de comidas más o menos sencillas donde se cocinan con gusto las especialidades locales. Al otro lado de la isla, en el norte, se suceden los resorts de lujo, con sus campos de golf y sus playas privadas a las que no es posible acceder. Por mi parte casi siempre termino el día en Tengah, la pequeña playa que me queda más cerca, en la que nunca hay más de diez o doce personas. Hacia las siete y media las nubes descomponen en destellos rojos el último sol mientras, sobre la arena, empiezo a notar el cansancio de la jornada. Es hora de regresar a la guesthouse y comprobar si los patos se han atrevido a volver a nadar en la charca que hay en la propiedad: según me cuentan, una enorme pitón vive en los alrededores y cuando tiene hambre emerge a la superficie y se cena un pato. Al parecer todavía está digiriendo el último que engulló. Yo aún no la he visto.



2 comentarios:

  1. Carlota Montano (de Parma)2 de mayo de 2012, 3:44

    El mundo es ancho y ajeno. Solo le escribo estas líneas para recordarle que sigue habiendo alguien al otro lado.

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    1. Me congratula saberlo, milady. Abrazos desde una plantación de té.

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