"Planes and trains and boats and buses characteristically evoke a common attitude of blue, unless you have a suitcase and a ticket and a passport and the cargo that they're carrying is you". (Tom Waits. Foreign Affair)

lunes, 2 de abril de 2012

Fenómenos extraños


1. Tres de la tarde. He quedado con Jo para tomar una cerveza en una terraza frente al río. Mientras hablamos de esto y de aquello siento una presencia, una conmoción en la fuerza, un ente que altera la primera vibración conforme se desliza sobre el paseo. Ante la sorpresa de Jo, abandono la terraza y voy en pos de la presencia a grandes zancadas. Error.

2. Noche oscura en Phnom Penh. Hay cierta tensión en las calles de la ciudad, apenas iluminadas y casi vacías a estas horas. Según me cuentan, no es muy recomendable para un extranjero pasear por la capital después de que caiga el sol, mejor subirse a un tuk tuk y dejarse llevar de puerta a puerta. Sin embargo, el Zeppelin, el bar en el que he quedado con Jo y sus amigos, no queda lejos de mi guesthouse y además estoy arropado por la presencia, así que decido caminar. Pocos metros antes de llegar a mi destino me topo con un grupo de camboyanos con la vista fija en el suelo: una chica joven está tendida sobre el asfalto, inconsciente. No está claro si ha sido atropellada o si ha sufrido alguna clase de ataque. No se mueve.

3. La presencia me dice con su característica voz suave que me he quedado atascado en Phnom Penh y que ya va siendo hora de salir de la ciudad. No puedo oponer resistencia alguna, tal es la intensidad de su fuerza, así que de pronto me veo subido a un autobús con destino a Kep, la capital del cangrejo, acodada frente al mar. A mitad de trayecto el autobús se inunda: uno de los tubos que alimentan el aire acondicionado se ha soltado y ahora el agua mana a su antojo directamente sobre mí y mis pertenencias. Con un movimiento felino evito que mi cámara, aún convaleciente de sus heridas laosianas, contraiga una pulmonía triple y grito desde mi asiento, en la parte de atrás del autobús: "Captain! The ship is sinking!". Para cuando el asistente del conductor vuelve a colocar el tubo en su sitio el pasillo del autobús se ha convertido en un río navegable, negro y turbio como el corazón de las tinieblas. La presencia sonríe sin inmutarse –esa inquietante impasibilidad suya– y yo la miro y pienso: "El horror, el horror..."



4. Me quedo en una guesthouse con un fantástico jardín sobre el mar. Me extiendo en una de las tumbonas a tomar una cerveza y a dejarme acariciar por la brisa mientras contemplo mi primera puesta de sol en la costa camboyana. Terminado el espectáculo, atravieso el jardín camino de mi habitación, anticipando el plato de cangrejo, pescado y gambas que me voy a regalar, cuando tropiezo con una losa de cemento mal encajada y me secciono la uña del dedo gordo del pie derecho. El ridículo baile a la pata coja que ejecuto a continuación alerta al dueño de la guesthouse, que corre en mi ayuda para aplicar pomada de tigre sobre la herida. La presencia mira y asiente.

5. Al día siguiente la presencia me arrastra a un lugar llamado Sunset Rock, en lo alto de una colina, a ver la puesta de sol. Para llegar hasta allí hay que caminar durante alrededor de una hora por un escarpado sendero rodeado de jungla, monos y reptiles nunca visibles del todo. La humedad es brutal y alcanzo la cima empapado en sudor. Hay que regresar a Kep a paso ligero, antes de que la noche convierta la jungla en un monstruo negro. Las prisas hacen que pierda la concentración y mi pie izquierdo pisa en falso sobre una piedra grande y puntiaguda que me desencaja el tobillo durante un segundo. Me detengo pensando en lo peor –dos esguinces adornan la biografía de ese tobillo–, pero parece que nada grave ha ocurrido y puedo continuar la ruta sin problemas. Sin embargo, un par de horas más tarde, ya en frío, después de cenar junto a la presencia, compruebo que al apoyar el pie izquierdo en el suelo siento un dolor espantoso. Vuelvo a la guesthouse cojeando. Serán necesarios tres días de reposo casi total para recuperarme por completo.



6. Estoy en Kampot, una pequeña y aletargada ciudad cuyos decadentes edificios coloniales me enamoran en el mismo instante en que me bajo de la minivan que me ha sacado de Kep. Hay algo aquí que me gusta mucho y aún no sé qué es, así que decido invertir varios días más de los previstos en descubrirlo. La presencia tiene prisa y sólo se quedará una noche, una última noche que dedicamos a cenar unos fideos, chupar un durian a medias y tomar un par de copas de despedida. En el último instante, a pesar de todo, siento el impulso de abrazar con fuerza su masa bicéfala, y mientras lo hago, me susurra: "No pienses ni por un momento que te has librado de mí. Nos vemos en Indonesia". Algo se me cae en ese instante –escucho un leve crujido–,  la presencia me suelta y desaparece deslizándose detrás de un edificio en ruinas. Una vez solo, miro al suelo: allí yacen mis gafas de sol. Por supuesto, uno de los cristales está roto.

La presencia baila fingiéndose inofensiva  en los reales sitios de Phnom Penh

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