"Planes and trains and boats and buses characteristically evoke a common attitude of blue, unless you have a suitcase and a ticket and a passport and the cargo that they're carrying is you". (Tom Waits. Foreign Affair)

jueves, 16 de febrero de 2012

Un día más


 Me levanto temprano y al salir de mi habitación rumbo a la ducha común noto que mis pies caminan sobre una esponjosa alfombra que ayer no estaba. Al mismo tiempo, mis oídos detectan un molesto zumbido mecánico, casi prototecnológico, que cada dos o tres segundos se atraganta y está a punto de apagarse, pero finalmente, tras un par de estertores, continúa horadándome el tímpano. El olfato me envía señales de alerta, de peligro, achtung!, aléjate, ponte a salvo, huye, veneno, vuelve por donde has venido, por lo que más quieras. Mis ojos, por fin, completan el puzzle y resuelven el enigma: el rastafari neohippie que hace dos noches llegó a la guesthouse procedente de Pai ha decidido cambiar de imagen y raparse la mitad de la cabeza con su maquinilla, que ahora mismo parece un hámster eléctrico. De puntillas, escapando de los animales salvajes que sin duda se agazapan en la selva que Bob está dejando caer sobre las baldosas, consigo alcanzar la ducha más o menos indemne.

Fresco y aseado, alquilo una moto, conduzco unos quince kilómetros hacia el norte y me detengo en una pequeña cabaña-bar en lo alto de una colina que descubrí hace unos días. El dueño está tostando pan (¡pan!) sobre unas brasas que también sirven para mantener caliente el agua con la que preparará el té que me voy a tomar. El pan (¡pan!) y la mantequilla corren por cuenta de la casa. El paisaje, las montañas que dan cobijo a Mae Hong Son y mantienen fresca la mañana, son gentileza de la primera vibración, que ahora, con el ánimo templado por el aroma del fuego de leña, siento de forma muy intensa. Mientras desayuno termino el último capítulo de Mrs. Highsmith, pensando ya en Mr. Hemingway, que me espera en la mochila. Durante este viaje, sólo escritores que empiecen por H.


 Vuelvo a la moto y ahora me dirijo hacia el norte. La que he alquilado esta vez es semiautomática: tiene marchas, pero no embrague. Para subir de marcha hay que dejar de abrir gas y, al contrario que en una moto normal, pisar el cambio con la punta del pie. Para reducir, se pisa otra palanca con el talón. El sistema es terriblemente incómodo, pero me esperan casi 60 kilómetros de rampas que, según me ha asegurado el tipo que me la ha alquilado, una moto automática no podría salvar. Con esta lo consigo de milagro: en primera, sin pasar de unos 15 km/h en las cuestas más salvajes y pensando en que quizá tendría que haberme agenciado un piolet. Curva a curva empiezo a entender el cacharro y se van relajando los músculos de mi cara. Para cuando llego a Mae Aw, mi destino, tras dejar atrás la cascada (casi seca en esta época del año) de Pha Sua y el embalse de Pang Ung, las muecas de tensión han desaparecido bajo una enorme sonrisa.



Mae Aw, o Ban Rak Thai (que es su nombre tailandés moderno), es un pequeño pedazo de China encajado entre Tailandia y Birmania. Puede decirse que la frontera está en el pueblo, aunque desgraciadamente no puede cruzarse. Hoy en día sólo se puede entrar en Birmania por aire (aunque a David esto se la sude mucho). Al parecer, al final de la guerra civil china, miembros yunnaneses del ejército nacional revolucionario (KMT) llegaron a este lugar huyendo de las tropas comunistas y decidieron quedarse. Hoy Ban Rak Thai es un precioso conjunto de casas de adobe y cabañas descoyuntadas dispuestas alrededor de un lago donde se habla chino, se come chino y se lee chino. Casi todo el mundo aquí se dedica a cultivar y vender té, así que, tras probar unas cuantas variedades, me compro un saquito. Después de comer un arroz yunnanés y de invertir alrededor de media hora en reflejarme en la superficie del lago, decido volver a Mae Hong Son. Son casi las cinco y pronto empezará a escasear la luz, mejor apresurarse.

Cuando llego a la ciudad ya ha comenzado a atardecer. Alrededor del lago se han instalado, como cada día a esta hora, decenas de pequeños puestos de comida callejera: cerdo y pollo a la brasa, pad thai y otras preparaciones a base de fideos, crêpes de atún, pescado rebozado... Como tantas otras veces, lo que me atrapa es el sonido del mortero al quebrar los cacahuetes, al aplastar las limas y los pequeños tomates, al desmenuzar la carne de cangrejo y las guindillas que acompañarán al gran manojo de tiras de papaya verde que constituye el ingrediente central de la som tam, la única ensalada capaz de hacerte llorar de placer y dolor al mismo tiempo. "Spicyyyy?". "Yes, please, kop khun krab". A las seis en punto suena el himno tailandés por los altavoces y todo el mundo deja de hacer lo que estuviese haciendo hasta ese instante y se queda como petrificado en su sitio. La primera vez que presencié esto pensé en Village of the Damned, sólo que en este caso, que yo sepa, por el momento no ha habido alumbramientos de niños rubios.



El sol se ha apagado ya y el templo ejerce ahora de lámpara de noche. Una cerveza en el Monkey Box –en el que sólo hay otro cliente, Martin, un profesor de ciencias inglés– sirve para reducir el fuego de la som tam a unas agradables brasas. El día ha sido largo y me quiero ir a casa, pero David recibe la llamada de Uud, que está empeñado en que vayamos a tomar algo al Tsunami, donde lleva ya un rato bebiendo whisky con soda. El Tsunami es el restaurante japonés de "Mot", otro de los miembros tailandeses de la pandilla, quien, según dicen, borda el sashimi, aunque jamás ha estado en Japón. La ronda la paga "Joe", un risueño policía local, que, según David, se saca un sobresueldo permitiendo que lugares como el propio Tsunami estén abiertos a estas horas. Espero a que alguien se ría después de esta broma, pero nadie lo hace.

La reunión se traslada después a un bar en las afueras de la ciudad. La conversación se pone metafísica y le confieso a David que soy ateo. Contra todo pronóstico, no ordena que me quemen ahí fuera ni me rompe el vaso de whisky en la cabeza, aunque sí se empeña en contarme con pelos y señales un par de milagros con los que fue bendecido gracias a su costumbre de rezar todos los días. En el momento más oportuno, por suerte, Uud reconduce la conversación hacia territorio coño.

Antes de que termine la noche, de ninguna parte aparece una cría birmana. Tiene 15 años y es preciosa. Según nos dicen las dueñas del bar lleva 4 años en Tailandia y varias semanas viviendo allí, en la "trastienda". No va a la escuela, lo que enfurece a David, que la acribilla a preguntas en tailandés. "¿Pero tú quieres estudiar? ¿Quieres trabajar?" "Mi fundación puede hacerse cargo de ti. Dios santo, el gobierno tailandés está obligado a hacerse cargo de ti, vengas de donde vengas". Responde que lo que quiere es dinero. "Si quieres dinero puedo darte trabajo en el Monkey Box por las tardes". Contesta que se lo pensará. David está convencido de que dirá que no. Sospecha cuál ha sido su forma de supervivencia aquí en estos cuatro años.

Un día más. Un día menos. Me voy a la cama.

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