"Planes and trains and boats and buses characteristically evoke a common attitude of blue, unless you have a suitcase and a ticket and a passport and the cargo that they're carrying is you". (Tom Waits. Foreign Affair)

miércoles, 1 de febrero de 2012

El placer de viajar


1. Madrid. Terminal 4 de Barajas. Mostrador de Fly Emirates. Alrededor de las 12 de la mañana (faltan dos horas para que mi vuelo despegue).

"Lo siento, pero se queda usté en tierra"

¿Perdón?

"A no ser, claro, que demuestre fehacientemente que va usté a salir de Tailandia antes del día 29 de junio, que no me dirá usté que no es intolerable semejante fecha, a ver si se va a creer que puede usté pegarse cinco meses en Siam así como así mientras yo sigo aquí facturando roncatos".

Por mucho que trato de explicar que en la aduana tailandesa JAMÁS revisan el billete de vuelta y que desde luego que voy a salir del país antes de un mes, puesto que pretendo recorrer VARIOS países antes del 29 de junio, mi palabra no sirve como garantía para este tipo, cuya mirada excede con mucho los niveles de hielo que su puesto de trabajo en principio exige. Así que corro a un "business center"– inteligentemente dispuesto en la otra punta de la terminal– donde me soplan 5 euros por 45 minutos de internet "very low speed". Después de varios atascos consigo comprarme un billete a Kuala Lumpur (no sé qué para qué día ni a qué hora ni nada) por cuya impresión me soplan otro euro. Sudando como tres perros vuelvo al mostrador y por fin recibo mi tarjeta de embarque. Cuando consigo recomponerme compruebo que la puerta por la que debo acceder al avión está en los confines de la T4S (cerquita de Nueva Zelanda). Llego de milagro, con la camiseta tan empapada como si ya estuviese en el trópico. Mi compañero de vuelo se pondrá la mar de contento.

2. Aeropuerto de Dubai. Medianoche.
El piloto del avión recibe por fin orden de hacer descender el aparato después de alrededor de veinte minutos sobrevolando en círculos lo que desde el aire parece una descomunal plataforma petrolífera iluminada como Times Square. Sin embargo, a 630 metros del suelo decide tirar del timón hacia su ombligo con toda el alma, de tal forma que el avión remonta violentamente el vuelo hasta alcanzar una posición casi vertical para alegría de todo el pasaje, que prorrumpe en risas, aplausos y sonoras felicitaciones al piloto. Las sensaciones se ven intensificadas por el hecho de que en la pantalla central del avión está pinchada una cámara que algún artista ha colocado en el MORRO del boeing, lo que nos ha permitido atisbar la inminente llegada de nuestra propia muerte en un blanco y negro emborronado y lleno de interferencias de lo más lynchiano. El segundo intento, después de medio tirabuzón carpado, nos deposita suavemente en tierra, sólo para comprobar que el aeropuerto de Dubai no lo es. Sólo es un megacentro comercial que además de colonia de marca, relojes caros y comida basura ofrece –lateral, discretamente– aviones.

3. Aeropuerto de Bangkok. 12: 40 de la mañana.
El vuelo Dubai-Bangkok ha llegado con unos cuarenta minutos de retraso. Si el retraso hubiese sido de sesenta minutos, ni siquiera habría considerado la posibilidad de contactar con mi siguiente vuelo, Bangkok-Chiang Mai, pero esos veinte minutos me obligan a, una vez más, sudar encima del sudor ya viejo de las doce de la mañana del día anterior aferrado de pies y manos a una frágil ilusión. Un cartel que dice "Chiang Mai transfer" amortigua mis temores, puesto que indica que no tendré que pasar por el control de pasaportes, en el que ya se apelotonan tres vuelos intercontinentales, o sea, alrededor de mil personas. Aliviado, muestro ante un mostrador vacío de pasajeros mi tarjeta de embarque, que convenientemente traía impresa desde mi casa.

"Lo siento, pero tiene usté que pasar por el control de pasaportes de allí atrás" (léase en inglés-thai)

¿Perdón?

"Sí, sí, tirando por bajo, será usté la persona mil uno en la cola. Suerte, compañero".

Quedan unos diez minutos para que cierren la puerta de mi avión. Si conservo las maneras tardaré en llegar al primer puesto de la cola como mínimo una hora y media. Como si la cosa no fuese conmigo y obviando cientos de miradas internacionales de indignación, mi mochila y yo nos plantamos en esa posición en diecisiete segundos. El tipo que está en cabeza se apiada del charco que mi cuerpo está dejando en el suelo mientras le pido compasión y me deja pasar. Muestro mi pasaporte y, como es natural incluso a pesar de mi aspecto, nadie se interesa por el motivo ni la extensión de mi viaje. Y, desde luego, nadie me pide el billete de vuelta.

Una hora y media después llegó a mi destino. Al salir del mundo aeropuerto en el que llevo viviendo las últimas veinticuatro horas respiro hondo y cierro los ojos. Ese aroma inconfundible a garaje húmedo con todos los coches quemando escape al mismo tiempo me recibe. No hay duda de que por fin estoy en Chiang Mai.


4 comentarios:

  1. Querido Raúl, me contaron que hacías las maletas sin rumbo exacto. Qué bien, nada como una buena crisis económica o un 'estoy hasta el moño de todo' o un 'el mundo es muy grande para estar siempre en el mismo sitio' para empaquetar los trastos y revolucionarse la vida. Nota: Aplauso con megafonía.
    Seguiré tus crónicas viajeras. A ver si así yo cojo impulso. Mucha suerte!
    Besos!
    Barbara

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    1. Gracias, Bárbara. A ver qué tal sale todo esto. Un beso gordo.

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  2. Ni caso al Ganuza, así está perfecto. ¿Se oyen mis carcajadas?

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