"Planes and trains and boats and buses characteristically evoke a common attitude of blue, unless you have a suitcase and a ticket and a passport and the cargo that they're carrying is you". (Tom Waits. Foreign Affair)

martes, 7 de febrero de 2012

Desvío al paraíso: un búfalo en Mae Hong Son


 Cambio de planes.

El lunes me levanto con las plantas de los pies como bañadas por el agua del Santo Grial, así que decido poner en funcionamiento mi reestrenado vigor y largarme de Chiang Mai. En principio mi idea era quedarme alrededor de un mes en la ciudad, pero empezaba a notar que los días se parecían demasiado los unos a los otros. Y lo que realmente me gusta de este tipo de viajes sin brújula, destino ni planes preestablecidos, lo que los hace tan adictivos, es el hecho de no tener la menor idea de lo que te va a ocurrir después de levantarte cada mañana, con quién te encontrarás por el camino, qué... en fin... qué canción terminarás cantando micrófono en mano en un bar repleto de tailandeses que se dejan las manos aplaudiéndote.

Después de mucho darle vueltas, me decido por Mae Hong Son, una pequeña ciudad fronteriza con Birmania, rodeada de espesas montañas, a la que llego en una minivan compartida con otras diez personas. Esperaba poder entablar conversación con alguien durante el trayecto –no es que haya estado muy sociable en los últimos días– pero resulta que todos los pasajeros son tailandeses, ninguno habla inglés y todos se echan a dormir al unísono en cuanto el motor se pone en marcha. En la carretera que conduce a Mae Hong Son desde Chiang Mai, atravesando Pai (en otro tiempo retiro idílico para introspectos y neohippies y hoy nueva sucursal de la juerga etílica adolescente, una especie de Vang Vieng tailandesa por la que pasamos de puntillas), no hay una sola línea recta y sus cuestas son tan empinadas que en algunos momentos tengo la sensación de que estamos ascendiendo por una pared. No hay túneles: si la carretera se encuentra de pronto con una montaña, se sube hasta la cima, se vuelve a bajar y punto. Por esta razón la minivan tarda seis horas en cubrir los apenas doscientos kilómetros de trayecto. Pero el asfalto es bueno y el tiempo pasa deprisa con la atención secuestrada por el paisaje cada vez más agreste que se ofrece en sesión continua a través de la ventanillas.

Tengo que recortar gastos como sea, así que al llegar a Mae Hong Son alquilo una habitación que es poco más que un colchón en el suelo, con baño y ducha compartidos. Pero está limpia y muy cerca del lago en el que se reflejan apacibles las siluetas del Wat Jong Kham y el Wat Jong Klang, los templos insignia de la ciudad. Después de darme una ducha me tomo una cerveza en una terraza frente al lago, donde me atiende David, un tipo de Wisconsin de unos cincuenta años que llegó a Mae Hong Son en 2005 casi por casualidad y de inmediato sintió, "just like that" (chasquido de dedos), que aquel era su lugar en el mundo. Regresó a su país, dejó su trabajo en un importante laboratorio farmacéutico por el que le pagaban una pasta, vendió su casa, su coche, su caravana, sus motos... "vendí todas mis armas, maldita sea" (ejem) y se mudó al norte de Tailandia, donde invirtió buena parte de su dinero en crear una fundación que entre otras cosas ayuda a la escolarización de los niños de las montañas. La fundación y el tiempo se han ido llevando sus ahorros y, con vistas a tener alguna fuente de ingresos, abrió hace unos meses este bar-restaurante frente al lago, que no parece funcionar muy bien, a pesar de que "mi cerveza es la más barata de la ciudad".

Por la noche vuelvo a encontrarme con él en el Crossroads, un bar de dos pisos abierto en una esquina de la calle principal en el que está jugando al billar con sus empleadas. "Mira, ¿ves? tienen la Chang grande a 80 bahts. Yo la tengo a 65. ¿Y por qué este sitio está lleno y el mío no?". Mi intención es volver a casa pronto, pero cuando termina de jugar y sus camareras se retiran insiste en presentarme a su gente. "Antes ganaba mucho dinero, ahora no tengo un duro, pero sí muchos más amigos", me dice como si fuese un personaje de Robert Riskin. Y no miente. Me monto en su scooter y me lleva hasta un bar a las afueras de la ciudad, donde un grupo de tailandeses le recibe con gritos y abrazos. Me presenta a todos ellos e inmediatamente me convierto en el centro de atención por razones obvias y porque a pesar de que hace algo de fresco (unos dieciséis grados), no llevo más que una camiseta y unos pantalones cortos, cuando ellos están envueltos en sus mejores galas invernales. "You buffalo, you have buffalo skin", me dice uno de ellos, a quien por alguna razón los otros llaman Max mientras se parten de risa. Durante dos horas no me permiten pagar ni una sola ronda, me invitan a garras de pollo al estilo chino y no dejan de rellenar mi vaso con whisky y soda (¿por qué siempre me pasan estas cosas?), que parece ser lo que se bebe aquí. A cambio, me obligan a hacer algo que no quiero hacer por nada del mundo...

"Venga, va. ¿Hotel California de los Eagles os va bien?"

6 comentarios:

  1. Grande, mucho. No vuelvas hasta que no te hayas comido tus propios pies.
    abrazo.

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    1. Gracias, primo. Chuparé lo que me dejen los mosquitos...

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  2. ¿Por qué Hotel California? ¿No tienes en tu repertorio algo más clásico? (Teri)

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    1. Hombre, digamos que no controlo lo suficiente la lista de éxitos del pop tailandés y que, por alguna razón, este país está obsesionado con los Eagles. No hay día que no escuche, al menos una vez, Hotel California, New Kid in Town o, muy especialmente, Desperado en alguna parte.

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  3. ¿Sabes qué es lo mejor de tener un blog? ¡Que se pueden incrustar vídeos! (Bueno, en WP sí; aquí, a saber...) ¡Que queremos documento gráfico y sonoro de ese cover de los Eagles!

    #GafapastismoParaElPueblo

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